”Duelo y Melancolía” fue escrito por Freud en el año 1915 y dado a publicar dos años más tarde. Este trabajo, posterior a “Introducción al Narcisismo” (1914), es considerado su extensión y la continuación de sus estudios sobre metapsicología.
La introducción del concepto de narcisismo en 1914 y el papel fundamental que éste desempeña en la insanía cíclica, tal como Freud denomina al par de patologías manía-melancolía, es lo que permitió un avance en su investigación sobre estas afecciones. En este trabajo Freud presenta por primera vez las premisas fundamentales de la melancolía y de la manía, su mecanismo y su función, a partir de la analogía de la melancolía con el duelo. Freud las aborda desde una perspectiva económica y tópica, y las articula con nociones tales como identificación, narcisismo e instancia crítica o conciencia moral. Analizaremos este mecanismo a partir de dos ejes conceptuales. En la base del mecanismo de la melancolía, Freud propone como abordaje del primer eje una analogía entre el proceso del duelo y el de la melancolía. Freud define al duelo como ”la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.”. En el duelo el sujeto ha experimentado una pérdida real del objeto amado y en el proceso, que se prolonga un tiempo necesario para la elaboración de esta pérdida, el sujeto pierde el interés por el mundo exterior sustrayendo la libido de todo objeto que no remita al objeto perdido. Así, el objeto perdido es investido por toda la capacidad libidinal que pueda emplear el sujeto a tal efecto, impidiendo toda nueva ligazón. Sin embargo, el duelo no es considerado un proceso patológico. Por el contrario, en el trabajo de duelo el Yo, embestido por una pérdida real de objeto, pone en funcionamiento un mecanismo de elaboración de dicha pérdida que le permitirá, al cabo de un tiempo, conservar a ese objeto perdido en la realidad pero con renovada investidura libidinal para con él. En ese proceso, que Freud llamará trabajo, se atraviesa por un desasimiento libidinal del objeto perdido y de todo cuanto remita a él, liberando un quantum de energía para nuevas ligazones de objeto. En la melancolía el sujeto parece reportar con su dolor psíquico la pérdida de un objeto de amor sustraída de su conciencia. El sujeto se comporta como si hubiese sufrido una pérdida real, no puede dar cuenta de lo que ha perdido ni logra precisar la magnitud de dicha pérdida. A estos síntomas se agregan el insomnio y la falta de apetito (a la vida) que el sujeto melancólico padece y están intrínsecamente relacionados con un desfallecimiento de la pulsión. El sujeto sufre de una inhibición y de un angostamiento del Yo definido por Freud como un “cuadro de delirio de insignificancia moral” 2 que se perciben en manifestaciones tales como autorreproches, rebaja en el sentimiento de sí y expectativa de castigo. Este empobrecimiento yoico no es tan manifiesto en el duelo, al menos no en estas dimensiones, siendo por lo tanto, característico de la melancolía. No existe correspondencia entre la medida de autodenigración y su justificación real, así el desagrado moral con el propio yo ocupa un lugar privilegiado. El sujeto melancólico, bajo el influjo de una instancia crítica hiperpotente, es poseedor de una “acuciante franqueza que se complace con el desnudamiento y el conocimiento de sí mismo” 2. Es como si operaran en el yo dos instancias paralelas y autónomas producto de su previa escisión. Una parte del Yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por objeto y se comporta como una auténtica conciencia moral. Son estos los primeros esbozos de las futuras elaboraciones de Freud del concepto de Ideal del Yo y del Super yo. En la melancolía, Freud sentencia que si el sujeto dice tener culpa, él ha de tener razón. Y es a partir de esta afirmación que desarrolla su teoría de la melancolía. En la melancolía, a diferencia del duelo, el quantum libidinal resignado por la pérdida del objeto de amor, no es destinado a las ligazones de nuevos objetos. En ella, la libido sustraída del objeto perdido vuelve al Yo por el mecanismo de la identificación regresiva. El Yo no cede el objeto, no quiere resignarlo, aunque éste se sabe definitivamente perdido. Es mediante la identificación narcisista del Yo con el objeto perdido, que el Yo lo sustituye. La identificación narcisista por regresión tiene por objeto la sustitución del objeto de amor resignado. Este tipo de identificación regresiva fue conceptualizada en el capítulo 7 de “Psicología de las Masas y Análisis del Yo” (1921). En este capítulo, Freud despliega las tres diferentes variantes de la identificación a partir de la experiencia del complejo de Edipo. La primera, es la identificación al padre o al rival. El sujeto, en su rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo, se enfrenta a él por el mecanismo canibálico de la fase oral. El padre, como enemigo es introyectado en el yo del sujeto. El términointroyección nos es aportado desde la clínica y teoría de Melanie Klein, y remite al acto de incorporación en el aparato psíquico de objetos y cualidades inherentes a éstos. La introyección esta íntimamente relacionada a la identificación y posee características y cualidades propias de la fase oral de la organización pregenital. La segunda identificación que Freud elabora en “Psicología de las Masas y Análisis del Yo” es la identificación al objeto de amor. El sujeto renuncia a la elección de objeto de amor y por vía regresiva causada por la represión, lo resigna y lo sustituye identificándose al objeto. Freud da como ejemplo de esta identificación, un caso de identificación al síntoma. El Yo del sujeto identificado al objeto, es rebajado a la condición de Cosa, de la Cosa por siempre perdida. Y es en este punto en donde se logra advertir la severidad y causa de la instancia crítica que se ensaña con el Yo rebajado a la condición de objeto, muy lejos de responder a las exigencias del Ideal del Yo. La escisión del Yo en términos freudianos, y la división subjetiva en términos lacanianos, son el efecto de esta identificación del sujeto con el objeto. Otra perspectiva interesante de abordaje de la melancolía es expuesta por Freud a partir de la introducción, reciente en ese entonces, del concepto de narcisismo. Según Freud, en la melancolía predomina el tipo narcisista de elección de objeto, aunque esta hipótesis no está definitivamente probada. El sujeto ama en el objeto el rasgo que recuerda lo que él fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que él no tiene y desearía tener, es decir, se ama en el otro lo que falta al yo para alcanzar el ideal1. El sujeto melancólico ama según el tipo narcisista de elección de objeto. Resignado su objeto, se identifica a él en una regresión hacia el narcisismo primario, que le permite amortiguar o atenuar los efectos de la pérdida real de objeto. El segundo eje a partir del cual Freud se propone identificar el mecanismo de la melancolía, es la ambivalencia de los vínculos de amor. El término ambivalencia fue utilizado por primera vez en los trabajos de Freud en sus “Tres Ensayos de Teoría Sexual” (1905) en donde lo define como una característica propia de la fase sádico-anal, en la cual “los pares de opuestos pulsionales están plasmados en un grado aproximadamente igual”. Amor y odio se alternan en una proporción similar. El odio es definido en “Duelo y Melancolía” como la reacción del sujeto ante una amenaza a su narcisismo primario proveniente del mundo exterior. La pulsión yoica se propone preservar la integridad del Yo. Por el contrario, el amor encarna el paradigma del puro placer del Yo con el objeto y es la pulsión sexual quien lo comanda. Freud considera la presencia acentuada del conflicto de ambivalencia como una de las premisas de la melancolía en donde amor y odio están polarizados. El amor por el objeto perdido, se refugia en la identificación narcisista, mientras que el odio se ensaña con el objeto sustitutivo a la manera de una satisfacción sádica. Así Freud define al sadismo dirigido al objeto encarnado por el Yo como un “automartirio gozoso” 2. El odio en la melancolía pugna por desatar la libido del objeto, causa de su pesar psíquico, en un intento por conservar y reafirmar su narcisismo. La enfermedad se comporta como el refugio, como la manera de sustraerse y evitar el enfrentamiento con aquella hostilidad acuciante. El suicidio melancólico encuentra su explicación en las tendencias sádicas del sujeto y no es sinó la puesta en acto de la hostilidad y el sadismo, dirigidos al Yo propio del sujeto tomado en tanto objeto. Freud explica así cómo la investidura de objeto ha sufrido en la melancolía un destino doble. Por un lado ha regresado la identificación al narcisismo primario, y por el otro, ha regresado a la etapa anal-sádica bajo el influjo del conflicto de ambivalencia. Karl Abraham, discípulo de Freud que mantuvo con él correspondencia prolongada, debatía acerca de la melancolía y los procesos psíquicos que se juegan en ella. En su artículo titulado “Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales” (1924) Abraham reclama como suya su tesis sobre la analogía entre el duelo y la melancolía. Además establece una relación de semejanza entre la neurosis obsesiva y la melancolía. El principal aporte de Abraham a la teoría de la melancolía gira en torno a la pérdida de la capacidad libidinal del sujeto asi como la regresión de la libido a la segunda fase oral pregenital que responde a tendencias sádicas en el sujeto. Es en este trabajo en donde Abraham propone la división de cada fase de la organización pregenital en dos sub-fases definidas por el conflicto de ambivalencia. Freud señala que ya en su “Manuscrito G” (1895) él había advertido la similitud entre neurosis obsesiva y melancolía, pero es en “Duelo y Melancolía” donde Freud elabora estos conceptos estableciendo como punto en común para ambas estructuras el conflicto de ambivalencia y como resultado su marcada tendencia sádica. Freud disiente con Abraham en su insistencia en la fijación de la libido en la fase oral. Si bien Freud coincidía con él en esta cuestión, cuando en referencia a la melancolía en su ”Manuscrito G” utilizaba la expresión “hemorragia de libido”, pero ya en “Duelo y Melancolía” abandona esta tesis, reemplazando la pérdida de libido por la pérdida de objeto. Es la pérdida del objeto y su efecto de división subjetiva, lo que caracteriza a la melancolía. Al final de su trabajo Freud establece las tres premisas fundamentales de la melancolía:
Es sólo la tercer premisa de Freud, sobre la regresión de la libido al narcisismo del Yo, una premisa que no concierne a la estructura de la neurosis obsesiva. De esta manera, Freud establece el punto de divergencia fundamental entre melancolía y neurosis obsesiva, atribuyendo a la melancolía la característica de la regresión de la libido al narcisismo. Esta observación freudiana se constituye como una clave en la clínica para el diagnóstico diferencial. Una de las preguntas fundamentales en el trabajo de Freud corresponde a la alternancia cíclica entre la melancolía y la manía. En la clínica se observan múltiples variantes según las cuales la melancolía puede sobrevenir a la manía y viceversa, o pueden producirse entre ambos estados intervalos de remisión libres de toda sintomatología. Tambien suelen prevalecer sólo estados melancólicos o sólo estados maníacos, etc. La insanía cíclica condujo a Freud al interrogante por la manía y su intrínseca relación con la melancolía. En “Duelo y Melancolía” la manía aparece como lo simétrico a la melancolía, y ambas responden a un mismo complejo y tienen idéntico contenido. La diferencia entre ambas patologías radica en el dominio o no del Yo de tal complejo. Mientras que en la melancolía el sujeto sucumbe a los efectos de dicho complejo, en la manía el sujeto parece festejar su dominio sobre él. La manía, a diferencia de la melancolía, no es un fenómeno primario, sino un fenómeno de retorno de lo reprimido, y responde a una afirmación narcisista tras la derrota de la instancia crítica que atormentaba al sujeto en la fase melancólica. En la fase maníaca, el sujeto goza de un empinado talante, siente alegría, euforia, júbilo y una sensación de triunfo que rebalsa su psiquismo y ocupa todo su pensar. Este estilo expresivo constituye el paradigma normal de la manía. La manía es un triunfo pero queda en ella oculto, como sucede en la melancolía, eso que el Yo ha vencido y sobre lo cual triunfa. Freud aborda el mecanismo de la manía desde dos orientaciones. La primera, la impresión psicoanalítica, según la cual en la manía el Yo celebra la emancipación del objeto causa de su dolor moral, como si el Yo del sujeto venciera al objeto en la pugna por la conservación de su narcisismo. El resultado de este triunfo puede ser explicado desde la segunda orientación propuesta por Freud, esta es: la orientación económica. En el pasaje de la melancolía a la manía, se libera un quantum libidinal que durante el período de la enfermedad estuvo asignado a la investidura de dolor. Al liberarse la libido, ésta queda a disposición del sujeto para la búsqueda de nuevas investiduras de objeto. En términos económicos, se cancela un gasto psíquico importante mantenido por largo tiempo quedando éste disponible para múltiples descargas. Así, el júbilo maníaco es el efecto de tal cancelación y de la conversión de la energía liberada en afecto. La pregunta obligada que surge en Freud a partir de estas orientaciones es por qué al final del duelo no debería darse un estado de excitación maníaca? Y la respuesta, poco esclarecedora, es proporcionada por Freud en términos económicos y tópicos. El factor tiempo tiene una función en el proceso del duelo que es necesario comprender. El desasimiento de la libido de las investiduras de objeto es de una ejecución lenta, como indica Freud “una ejecución pieza por pieza”, en cada escena se va produciendo una verificación de que el objeto no está más. En términos tópicos, la representación-cosa (inconsciente) es abandonada por la libido. Tal representación contiene múltiples huellas mnémicas y también de ellas la libido debe retirarse. Todo este proceso no es inmediato, insume un tiempo determinado, tras el cual el Yo se deja llevar por la satisfacción narcisista y el gasto psíquico se ha disipado. Así Freud conjetura acerca de la diferencia entre el final del duelo y el estallido maníaco sólo en función del tiempo que insume el desasimiento de la investidura libidinal y sus efectos económicos. A mi entender es este un punto oscuro que exige esclarecimiento. En “Duelo y Melancolía” Freud logró establecer las premisas de la melancolía a partir de su analogía con el duelo. Tales premisas son de un valor fundamental en la clínica psicoanalítica de la melancolía. En este trabajo además, Freud esboza las primeras conjeturas, inconclusas, sobre la manía, su función, mecanismo y su relación con la melancolía. Lacan, en su enseñanza, retomará y reformulará la doctrina freudiana de la manía y la melancolía abriendo paso a nuevas concepciones. Liza Dudelzak Barcelona Mayo 2003 Bibliografía:
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Priscila González MarSoy psicóloga clínica, con experiencia en consulta privada para niños adolescentes y adultos. Categorias
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November 2012
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